THOA

Verónica Hidalgo Ramírez

Este artículo nace de la curiosidad por entender qué es realmente el mito y cómo ha acompañado a la humanidad desde tiempos muy antiguos. A lo largo de la historia, muchos autores han tratado de explicarlo: Lévi-Strauss vio en los mitos una especie de “lógica escondida” que ordena las historias; Henri Hubert mostró cómo diferentes culturas, aun estando lejos unas de otras, comparten símbolos y narraciones similares; Marcel Mauss trazó descripciones detalladas de costumbres y ritos; y Mircea Eliade explicó cómo el mito conecta lo sagrado con lo cotidiano.

Lejos de ser simples cuentos fantásticos, los mitos son parte esencial en las sociedades. Transmiten valores, enseñanzas y la memoria del mundo. Lo interesante es que no hablan sólo de héroes, sino que integran lo sensible y lo racional, lo que sentimos y lo que pensamos. Esto se describe como un pensamiento “suprarracional”, que va más allá de la lógica formal y nos permite entender la realidad de una manera más amplia y profunda.

Un aspecto clave del mito es su relación con el tiempo. A diferencia de las historias o leyendas que se ubican en un momento específico, los mitos existen en un tiempo sagrado, fuera del calendario ordinario. Se repiten de manera cíclica, como los ciclos de la naturaleza, y en esa repetición la fuerza del mito se renueva. Su fuerza está en la circularidad del “eterno retorno” que rompe con la linealidad del tiempo histórico, donde los acontecimientos avanzan indefinidamente. El mito se repite, pero no pierde su propia lógica.

No se basa en cualquier cosa, sino en oposiciones sensibles: día y noche, vida y muerte, agua y fuego. A través de esas oposiciones, ayuda a las personas a darle sentido al mundo. Por eso, intentar dividir un mito y analizarlo con herramientas demasiado racionales corre el riesgo de quitarle su esencia, de convertirlo en un simple cuento.

Además, los mitos no existen aislados. Están ligados a los rituales, que son lo que dan vida. Si se separa el mito de esas prácticas, puede perder su fuerza y convertirse en un relato sin impacto. Al estar unidos al ritual, los mitos refuerzan las narraciones colectivas y los lazos dentro de una comunidad.

El mito no sólo informa: también emociona. Tiene una carga afectiva que conecta profundamente con las personas. Por eso no sólo cuenta historias, sino que despierta sentimientos. Nos habla en un lenguaje simbólico y universal y ofrece enseñanzas morales, mostrando ejemplos de lo que debe imitarse o evitarse. Porque el mito, además de narrar, emociona: despierta afectos, enseña conductas, advierte peligros y modela ideales.

Otro aspecto importante es su carácter mágico y generador. El mito no es un objeto pasivo para ser estudiado, sino una fuerza viva que expresa deseos, miedos y sueños colectivos. Su fuerza proviene de ayudar a dar forma a la vida social, y mágico porque convence de que aquello que narra tiene poder y sentido real.

En definitiva, el mito es mucho más que una narración antigua: es una manera de comprender el mundo desde el pasado, pasado y presente, sociedad y cosmos. Nos recuerda que, detrás de cada historia, late una pregunta esencial: ¿cómo se mantiene la existencia? Tal vez, por eso, los mitos no desaparecen; simplemente cambian de forma, pero siguen invitándonos a mirar, otra vez, hacia el origen.

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